Por el Papa Benedicto XVI. Por todos nuestros seres queridos atrapados en la prisión del pecado, pedimos a Nuestra Señora de la Merced por su conversión.
¡Santa María, Madre de la bondad, Madre de la misericordia! Cuando reflexiono sobre mis pecados y sobre el momento de mi muerte, tiemblo y me lleno de confusión. Mi dulcísima Madre, en la Sangre de Jesús y en Tu poderosa intercesión están mis esperanzas. ¡Consuelo de los afligidos! no me abandones en mi agonía de muerte; no dejes de consolarme en esa gran aflicción. Si, incluso ahora, estoy tan atormentado por el remordimiento del pecado cometido, por la incertidumbre del perdón, por el peligro de una recaída y por el rigor de la justicia divina, ¿cómo será entonces? Madre, antes de que la muerte me alcance, obténme un profundo dolor por mis pecados, una verdadera enmienda, y una constante fidelidad a Dios, en todo lo que me queda de vida. Y cuando, en efecto, llegue mi hora, Tú, María, sé mi esperanza, sé mi ayuda en la angustia en la que mi alma se vea abrumada; cuando el enemigo ponga delante de mi rostro mis pecados, ¡oh! consuélame entonces, para que no me desespere. Consigue que en ese momento te invoque constantemente, para que con tu dulce Nombre y el de tu Santísimo Hijo en mis labios, pueda espirar mi espíritu. Esta gracia que has concedido a muchos de tus sirvientes yo también la deseo y espero obtenerla. Amén.
Ave María, tres veces.
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