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Oh fidelísimo ejecutor de los más altos arcanos de la Divinidad, glorioso Arcángel San Gabriel, desde tu luminosa sede en los cielos, vuelve una mirada benigna sobre nosotros, tus indignos devotos, que nos dirigimos a ti suplicantes de socorro, mientras la angustia nos rodea por todas partes.

¡Ah! Santo Arcángel, no nos prives de tu protección en estos tiempos calamitosos. Estamos convencidos de que con nuestros pecados hemos irritado la justicia de Dios, y confesamos que el Altísimo no puede hacer otra cosa que azotarnos. Nuestros pecados y los del mundo entero, que superan con mucho el número de las arenas del mar, ya deberían haber obligado al Señor a precipitarnos en el abismo que destina a sus rebeldes; pero como por su inmensa bondad aún vivimos, escúchanos, oh Santo Arcángel, mientras desde el fondo de nuestra miseria, con los más intensos sentimientos de contricción, te suplicamos que obtengas misericordia para nosotros.

Recuerda, oh nuestro especialísimo Abogado, que somos hijos de aquel Dios que te confió la embajada de la Virgen, que somos el precio de aquella sangre que se acuñó en el seno de María como consecuencia de tu anunciación, y que hemos sido dotados de los carismas de aquel Espíritu que concluyó la obra de la Encarnación. (No olvides, además, la especial tutela de que somos objeto, según tenemos razones para creer, como consecuencia de los prodigios que, en medio de esta Comunidad, Dios te permitió obrar por medio de esta Imagen tuya, a la que hacemos genuflexión y veneramos obedientemente).

Todo esto, pues, os compromete a rogar por nosotros, para que se alejen de estas nuestras tierras los azotes que tememos; para que se conviertan los infieles, los herejes y todos los que conspiran contra la Santa Religión; para que se iluminen todos los que viven en tinieblas y en sombra de muerte, porque están adormecidos en sus pecados; y, finalmente, para que se aleje de todos la iniquidad y reine en todos la justicia eterna.

Confesamos que sería una afrenta para ti, oh Santo Arcángel, si dudáramos un solo instante de que estás aquí presente para encomendarnos al Altísimo, y gimiendo en este valle de lágrimas ponemos toda nuestra confianza en tu mediación.

Haznos propicia la Sangre del Divino Cordero derramada por nuestra salvación. Haznos propicia a la gran Madre de Dios y Madre nuestra, María Santísima, por ser Madre de los pecadores, y finalmente obtén para nosotros el vivir de tal manera que satisfaga siempre a ese Dios en cuyas manos está puesto nuestro destino, para alcanzar en tu compañía la corona de la gloria. Amén.

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